¿Por qué me pierdo seguido?

El colectivo en el que me fui de casa para empezar este viaje se rompió apenas arrancó.

Lo mismo le pasó al primer blog que levanté un primer día de otoño, en casa de unos amigos que me recibieron en Tierra del Fuego. Escribí tan pocas veces que ni siquiera me molesté en recuperar los textos cuando se cayó el sitio por falta de pago. Para mí, se rompió antes de arrancar. No había un motivo muy claro del por qué escribir, aunque me balbuceaba motivos a mí mismo que no habrían convencido a ningún lector.

La primera pregunta que me hicieron sobre mis motivos de viaje, al costado de un río en Las Lajas, provincia de Neuquén, todavía me da vueltas varios años después y está íntimamente ligada a este blog de viajes mochileros: ¿Qué estás buscando, Alexis? ¿Por qué viajás?

Esa vez no supe qué responder. Tenía un montón de frases ensayadas que había forjado durante los meses que me preparé (poco y mal) para un viaje sin fecha de vuelta, pero en una semana las perdí todas. Me frustró pensar que pasé tantos años imaginando esta vida, convencido de saber la respuesta, pero no pude dar ninguna. Con el tiempo, entendí que estaba aterrorizado: tenía tanto miedo del “ahora” que había poco espacio en la cabeza para filosofar.

Sentado sobre un tronco a orillas del lago Huachulafquen
Acampando en el lago Huachulafquen, enero de 2023

Pero con el paso de los kilómetros, apagué el estado de alerta y hubo más tiempo para pensar en otros temas que no fueran sobrevivir. Mi primera respuesta clara la tuve cuando llegué a Ushuaia a dedo, justo para celebrar mi cumpleaños: viajaba porque quería saber si podía. ¿Soy capaz de manejarme sin dinero? ¿Puedo encontrar trabajo estando en movimiento? ¿Sabré armar una carpa, hacer dedo, confiar en extraños?

Después de tener todas las dudas posibles sobre el proyecto de viajar con poquísimo dinero y transportado por extraños hacia los lugares más caros de Argentina, pisar el fin del mundo fue un suspiro de alivio. Era capaz de viajar.

Esa parada técnica en Tierra del Fuego me dio tiempo para sincerarme. Todavía no podía escribir decentemente sobre mi bitácora. Además, llevaba tres meses de viaje, pero la realidad era que estaba dejando pasar oportunidad tras oportunidad por miedo, como había hecho toda la vida. Por eso aceleré hacia el norte y seguí viajando. Por eso me hospedé con extraños que conocí en el momento, fui de una ciudad a otra sin nada más que una muda de ropa limpia y rompí todas las reglas que tenía sobre cómo hacer dedo: porque quería ganarle a mis miedos.

Ushuaia
El sur de Tierra del Fuego, marzo de 2023

No fue una búsqueda a modo poético, como quien repite la idea de salir de la zona cómoda. Fue una persecución real, un intento desesperado de darle desarrollo a mi personaje para que no siguiera privándose del mundo por el miedo a que saliera algo mal. “Mi único miedo es quedarme en casa“, me repetí cada vez que fue necesario antes de ponerme en movimiento de nuevo.

Esa búsqueda sigue conmigo, pero ya es automática. El que viaja ahora no es un mochilero temeroso que intenta abandonar el caparazón, es más un insensato que salta enceguecido hacia todo lo que le parece peligroso. Es uno de mis mayores orgullos a la hora de mirar atrás y hacer un balance del viaje: el cambio. Es también, en gran medida, lo que me terminó trayendo a Europa sin estar debidamente preparado. Cuando miré los números de ahorros y costos, pensé: “No me alcanza”, pero el viaje siguió igual.

A esta altura, la respuesta a por qué viajo se volvió una mezcla entre una obviedad rutinaria de la vida nómada y un piloto automático: porque quiero conocer el mundo. Después de recorrer Argentina de punta a punta, fue inevitable pensar en “los de afuera”. Rozar los bordes de tu país es una tentación constante a cruzar al otro lado. Y más allá. ¿Cómo viven los que no viven como yo? ¿Qué hay en esos puntos extraños marcados en el mapa con nombres impronunciables? ¿Cuántos lugares soy capaz de conocer?

Sentado junto a un puente en Annecy, Francia
Así me siento internamente al principio de cada viaje – Annecy, Francia, diciembre de 2024

De todas, es la respuesta más sincera y aburrida. La escondo un poco, es mi hija del medio. Pasa que “viajar para conocer otras culturas, otra gente, otros amigos” es la respuesta políticamente correcta que podés decir sin pensar mucho. Si lo digo en voz alta, parezco un acto escolar de primaria sobre Cristobal Colón con las carabelas, donde todo suena muy lindo, pero nos miramos de reojo porque sabemos que es puro verso.

Pero cuando llegué a Europa, los primeros tres meses, noté que a mi vagabundeo profesional le faltaba propósito. Sí, la brújula tenía un alma cultural que apuntaba claramente a conocer lugares en profundidad, pero me pareció insuficiente, como si a mi “por qué” le faltara un “para qué”. ¿A dónde van todas las cosas que veo y vivo si se quedan en mi mente?

Enredado en esa inquietud, me tropecé con Irlanda. En todos los lugares en los que armé campamento, pude compartir mis relatos de viaje. Recordé el privilegio que es saber contar, tener la mirada cronista de tu propia vida para que la persona que tenés en frente pueda escucharte y casi vivir ese momento con vos. Por fin, algo en mi cabeza volvió a arrancar.

Hoy, en mi tercer año de viaje, a casi mil días de ese 1 de enero de 2023, a más de 100 viajes a dedo desde que me levantaron por primera vez, encontré una respuesta mucho más clara. Hay un motivo por el que sostengo que vale la pena vagabundear como estilo de vida. Es, hasta ahora, la razón más honesta por la que puedo decir que me gusta arriesgarme a depender de extraños, buscar de qué soy capaz, enfrentar mis miedos, hacer amigos por todo el mundo y armar un blog para contar la experiencia.

Porque es divertido.

3 comentarios

  1. Excelente motivo! Te admiro.

  2. ¡Grande, Alex! Nuestro vagabundo favorito

  3. Inspiras, emocionas, transmitís amicho! Es muy lindo leerte. Aplausos te seguiré leyendo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *